Por razones económicas, Iñigo y su hijo adolescente Jaime debían cambiar su residencia... y una operación tan correlativa como una mudanza en la gigantesca Ciudad de Buenos Aires, no es sencilla. Era 25 de mayo, feriado patrio, aprovechado por Iñigo para gestionar una visita a una propiedad en venta ubicada en las calles Chorroarín y Bauness, en el barrio de La Paternal. De antemano, Iñigo ya utilizaba gran parte de su tiempo libre para gestionar y recorrer propiedades que, a priori, podrían quizá ser opciones de compra para él y su hijo; mientras que Jaime, responsabilizándose tanto del colegio como de su tarea complementaria consistente en buscar propiedades aptas a través de medios como Internet para que su padre gestionase una visita, no constaba con la misma experiencia que Iñigo en el sentido de haber visitado propiedades y haber ideado una idea general de cuán buena es la relación precio/calidad en la propiedad a visitar. Iñigo había visitado más de 10 propiedades distintas, mientras que Jaime sólo dos departamentos (ambos junto a su padre).
El padre había gestionado una cita para recorrer esa propiedad de Chorroarín y Bauness y analizar su posibilidad de compra para ese día, junto a su hijo Jaime, a las tres de la tarde, por lo cual, partieron de casa a las tres menos veinte, calculando de antemano el tiempo que podía tomar que un taxi los llevara desde Aranguren y Espinosa hasta Chorroarín y Bauness y el dinero que podía llegar a costar. Por esas casualidades de la vida, tanto el chofer del Taxi como Jaime e Iñigo eran fanáticos del club xeneize de la ribera, por lo cual el trayecto fue mucho más ameno que de costumbre, embebido en un debate acerca de la historia y actualidad de Boca Juniors. Finalmente, llegaron a su destino, a hora exacta, y fijándose en la dirección exacta por última vez, Iñigo pagó el taxi saludándose amistosamente con el conductor y descendió del vehículo cabe su hijo.
Apenas bajáronse del auto, se dirigieron hacia la propiedad, y el padre no dudó en tocar el timbre, para que en unos segundos ya se ubicase en el pasillo de entrada que conectaba a todos los departamentos del descuidado edificio. Mientras ambos eran atendidos por la persona relacionada a la inmobiliaria a cargo de la propiedad en los días de guardia de la misma, Iñigo observaba detenidamente la desaseada y contaminada vista a la que daba el edificio... terrenos repletos de galpones, varios abandonados, y ubicados asimismo en una zona no comercial y excesivamente residencial. Ya estaba restándole posibilidades de compra a la propiedad sin aún haber ingresado a ella de manera plena. Ingresaron al departamento, siendo guíados por aquel sujeto. Fueron bien atendidos pese al mal disimulado desinterés de Iñigo por la propiedad luego de haberle encontrado varios defectos. Finalmente terminó su cita y al salir del predio Iñigo y Jaime se manifestaron a ellos mismos la mala calidad del departamento habiendo descubrido el motivo de lo barato del mismo.
Ya pensando en regresar a su hogar, e intentando consensuar en el momento cuál sería el medio que los traería de nuevo a su casa, notaron algo bastante raro en el ambiente. Es cierto que el fervor de la conversación con el taxista no les había dado tiempo a advertir el paisaje general del barrio y las manzanas aledañas a la propiedad que habían ido a visitar; sin embargo, notaban que el barrio era algo antiguo, y que parecieran haberse esfumado los pocos edificios periféricamente percibidos en el viaje de ida, pero de todas formas no le dieron demasiada importancia, utilizando como pretexto a la incertidumbre unas simples "trampas mentales" que pudieron haber ocurrido en su estado de trance conversacional en el taxi, por lo cual, siguieron su recorrido como si nada.
Tenían dos opciones: dirigirse caminando hacia alguna avenida transitada (San Martín, Elcano o Triunvirato) y volver en taxi como en el viaje de ida, o ir caminando hasta la Estación Federico Lacroze del Subte B. Como era un feriado y constaban de tiempo, decidieron pasear por el barrio para finalmente desencadenar en alguna arteria vial importante y transitada para tomar un taxi cuando se cansaran de caminar. Y así fue... caminaron mucho, y a medida que más caminaban, y más veían la antigüedad del residencial barrio, fueron sorprendiéndose un poco más. Tanto Iñigo como Jaime poseían un gran sentido del humor, que va desde lo suave o absurdo hasta lo ácido o negro. En una de las interesantes intervenciones humorísticas de Jaime durante el paseo, dijo en sentido satírico "ahora resulta que donde estaba el departamento había un portal interdimensional que nos transportó al mismo lugar pero 30 años antes". Tal intervención por supuesto fue bien recibida por Iñigo, y a medida fueron hilvanando más sucesos referentes a ese "chiste", como la de que podían caminar y decir lo que quisieran porque nadie ni nada los veía u oía puesto que habían retrocedido en el tiempo de manera espectral. Esto ocurrió a medida que seguían su trayecto de manera serena sin ninguna preocupación real.
Sus pasos los llevaron a la intersección de las avenidas Del Campo y Elcano, una de las esquinas del gigantesco Cementerio de la Chacarita. Caminaron por Elcano hacia la zona de Triunvirato, a par del ferrocarril Urquiza, haciendo bromas y comentarios ácidos acerca del sendero peatonal de la avenida Elcano, que se repetía una y otra vez y pareciera no tener fin. Esa zona constaba de una modernidad mayor que la de la zona residencial del barrio, y se podía observar que transitaban vehículos también más modernos que los que podían apreciarse en el interior del barrio. De tanto en tanto caía en su vista algún restaurante o parrilla ubicado en la vereda de la avenida que los enfrentaba a ellos y al cementerio, blanco de algunas negras bromas iniciadas indistintamente por Iñigo o por Jaime. Asimismo, ya habían "descartado" la opción de que eran espectros puesto que distintos indicios habían dado como resultado de que eran visibles y audibles por la sociedad, lo cual los hizo carburar distintos comentarios ácidamente humorísticos en cuanto al contexto, como que "el sendero de Elcano es infinito, y todo se repite; sin embargo cuando se llega a determinado punto nuestra memoria se borra y el cerebro nos juega una trampa creyendo que estamos yendo bien cuando en realidad es un sendero que nunca se acaba y estamos condenados a caminarlo por el resto de nuestros días", afirmó satíricamente Jaime.
Continuaron su trayecto, esta vez doblando otra esquina del inmenso cementerio, y caminando por la avenida Guzmán, zona en la cual nace el ferrocarril y por lo tanto aislada y sin ninguna intersección vial. Motivo que alentó nuevamente a continuar con su característico humor ácido. El sendero era idéntico al de Elcano, y los muros del cementerio no presentaban variación alguna, sin mencionar que en la vereda que los enfrentaba sólo podían contemplarse las vías del ferrocarril, y que eran, a simple vista, los únicos que caminaban ese 25 de mayo a las cuatro de la tarde por la calle Guzmán. Veían cada vez menos vehículos y gente, hasta que en un momento dado, vieron como los vehículos que se dirigían hacia Elcano se desvanecían en una neblina inexistente, y como terminaron siendo los únicos peatones allí, observando con terrorífica sorpresa un cartel en la vereda del ferrocarril que anunciaba a Jethro Tull en Argentina en agosto de 1981. Y así fue como, efectivamente, descubrieron su verdad.
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